Era una imagen con todos los contrastes imaginables. La incrédula derrota por un lado y por el otro la alegría inconmensurable por haber hecho historia en un Mundial de Atletismo, el de Daegu.
Pero no fue así. La vida se encargó de despertar de golpe a la espigada rusa, que tiene 27 plusmarcas mundiales en el salto con pértiga (15 al aire libre y 12 en pista cubierta) de un sueño que parece convertirse en pesadilla.
Había ocurrido dos años atrás. Era el Mundial de Berlín 2009, Yelena llegaba como la reina de las alturas. Un ángel, el único que, literalmente volaba más de 5 metros ayudada por su pértiga.
De pronto todo se tornó gris. En aquel entonces, la campeona mundial y olímpica, no pudo superar los 4.75 metros en su primer intento pero aún así se retó a sí misma. Entonces puso el listón a los 4.80 y el resultado no fue mejor.
Derrotada, con la cabeza entre sus manos ocultó su pena y por primera vez se sintió más cerca que nunca del suelo.
Apenas unos días después de su derrota, Yelena volvió a competir e impuso la mejor marca de una pertiguista en todos los tiempos, 5.06 metros que hasta ahora nadie ha logrado igualar.
Yelena no vuelve a ser la misma
No obstante, su falla en el Mundial la transformó y nunca volvió a ser la misma Yelena, la zarina, la reina, tras imponer su récord decidió retirarse por un año, cambiar de casa y de vida.
Tras su regreso en el 2010, la rusa apenas logró saltar los 4.85. En el 2011, decidió cambiar de entrenador, para volver con Evgeniy Trofimov, su primer coach con quien por primera vez superó los cinco metros. Pero ayer, Yelena confirmó que ni todos los cambios en su vida podrían reparar su ego maltratado y redescubrir su amor por un deporte que la dio a conocer y apenas logró saltar los 4.65 metros, dejando el camino libre a
quien quisiera quedarse con el cetro.
Eso lo entendió bien Fabiana Murer, una brasileña que había vivido su carrera con un perfil más bien bajo pero que en Daegu hizo historia al darle la primera medalla de oro en un mundial a su país. La carioca de 30 años supo que era su momento y que no lo dejaría ir.
Entrenada por su marido, Murer, campeona panamericana en el 2007 y mundial en el 2010, vio la puerta abierta, no sólo por el fatídico desempeño de Isinbayeva sino también porque la campeona en Berlín 2009, la polaca Anna Rogowska y la subcampeona en Beijing 2008, Jennifer Suhr no estuvieron al nivel.
Murer entonces tomó la garrocha, la misma que en Beijing 2008 perdieron los organizadores y debido a ello quedó fuera de la final, se encaminó y en un solo salto se aventuró sobre los 4.85, lejos de la marca mundial de Yelena Isinbayeva pero suficiente para robarle las cámaras, los reflectores, pero sobre todo la confianza a la rusa, que sigue viviendo una pesadilla de la cual aún no entiende cómo despertar.