Los atletas, en Kenia, son héroes nacionales. Correr puede significar el pasaporte a una vida mejor. Ellos son el espejo en el que se miran los niños
Cuatro de la mañana. Es noche cerrada en Kenia. Afuera se escuchan mil ruidos. Todo son sombras. Una mosquitera cubre mi cama y me protege de la malaria.
Toca levantarse y desayunar frugalmente. Un par de tostadas, zumo de mango, té africano¿ Cuesta desperezarse. Bostezos. Hace frio afuera, unos 8 o 10 grados. Más tarde, a mediodía, los termómetros ya superarán los 30.
Nos disponemos a pasar una jornada con Emmanuel Mutai, uno de los más cualificados maratonianos kenianos que en 2010 ganó en Londres con un sensacional tiempo de 2h:04.40. Es un tipo humilde, sencillo. Como todos los kenianos.
Habla en susurros y apenas se le entiende. Hay que prestar mucha atención. Pero cuando mira, sus ojos intensos se clavan transparentes dejando al trasluz toda la realidad del continente negro. Horizontes inacabables. Un país sin fin. Africa.
Nos desplazamos hasta Kaptagat, a unos 50 kilómetros de Eldoret. Estamos a unos dos mil metros de altitud sobre el nivel del mar. Mutai llega el punto de entrenamiento a las 6 de la mañana. Hace un frío que pela. Empieza a amanecer. Poco a poco, se van uniendo atletas que llegan en furgonetas cochambrosas. Viajan hacinados. Otros lo hacen a pie. El grupo crece sin cesar.
Realizan unos estiramientos suaves y se lanzan a correr. Sin más preámbulos. Son casi un centenar. Todos siguen el ritmo de Mutai, que ejerce de líder indiscutible. La distancia pondrá a cada uno en su sitio. Dos chicas tratan de aguantar el compás. Los niños, muy madrugadores y con uniformes mugrientos y con agujeros, van al cole. Llevan varios libros bajo el brazo. Se ponen a correr cuando el grupo pasa a su lado. Y se ríen. Cada mañana se repite la misma rutina.
En Kenia todo el mundo corre. Forma parte de sus vidas. Mutai enfila su jornada `desayunándose¿ 40 kilómetros. ¡40! Como el que no quiere la cosa. El camino es polvoriento y está plagado de trampas. Un `farmer¿ (granjero) se cruza con el pelotón. Dirige un grupo de tres vacas con una vara. Me fijo bien en su cara. Apenas debe tener diez años. Cierra sus ojos y sueña que algún día, él también será atleta. Tres horas más tarde, al término de la sesión preparatoria, cada cual enfila el regreso a casa. Mutai y su selecto grupo (apenas cuatro o cinco corredores) se dirigen al campo de entrenamiento de Richard Limo, que alquila las habitaciones ocasionalmente. Cada cual lava su propia ropa. Utilizan una palangana y jabón de frotar. Tienden las prendas al sol. Mutai me explica que tiene “cinco hermanos y dos hermanas y una mujer y dos hijos a los que veo de tanto en tanto.
Cuando puedo. Al menos, una vez a la semana”, dice sin mucho ánimo. Le cuesta hablar con nosotros. No está acostumbrado al trato con los periodistas. Recuerda que se animó a correr “viendo los Juegos Olímpicos de Barcelona por televisión, los primeros que pude seguir”. Se emocionó. “Crecí con las imágenes de Paul Tergat, Wilson Kipketer... grabadas en mi cabeza”.
Sale a colación el tema del dinero. “Tengo alguna propiedad en Eldoret. Lo importante no es el dinero sino lograr los objetivos. Lo uno lleva a lo otro. Si gano, me llevo mucho dinero. Me siento afortunado”. Aún no tiene la plaza asegurada para los próximos Juegos Olímpicos. Ni él ni ningún otro atleta keniano. “En abril, después de la maratón de Londres, se decidirá el equipo”, explica.
“Creo que puedo batir el récord del mundo y acabar en 2h.03 aunque mi principal objetivo será defender el título”. Su inspiración arranca de Wanjiru, aquel atleta que se suicidó tras un lío de faldas. Su primo le prepara la comida en un hornillo a ras de suelo. Así de fácil. Arroz, pollo y para cenar, ugali (en swahili), que se elabora a base de harina de maíz y es una especie de gacha (o masa) de gran contenido en almidón.
A las 7 de la tarde, a dormir. Le pregunto por sus aficiones y me mira con extrañeza. “¿Aficiones...? Correr y la familia. Sueña con los Juegos “y con ayudar a los jovenes de mi comunidad”. De los atletas europeos añade: “que se vengan a entrenar aquí, con nosotros. No hay secretos, sólo se trata de correr”. Quiere ganar en Londres y, tres meses después, en los Juegos.
¿Una locura...? "Para nada. Es cuestión de quilometraje". Le pregunto si es feliz con la vida de renuncia y sacrificio que lleva y no me responde. Solo sonríe levemente. Esto es Africa.
sport.es
Cuatro de la mañana. Es noche cerrada en Kenia. Afuera se escuchan mil ruidos. Todo son sombras. Una mosquitera cubre mi cama y me protege de la malaria.
Toca levantarse y desayunar frugalmente. Un par de tostadas, zumo de mango, té africano¿ Cuesta desperezarse. Bostezos. Hace frio afuera, unos 8 o 10 grados. Más tarde, a mediodía, los termómetros ya superarán los 30.
Nos disponemos a pasar una jornada con Emmanuel Mutai, uno de los más cualificados maratonianos kenianos que en 2010 ganó en Londres con un sensacional tiempo de 2h:04.40. Es un tipo humilde, sencillo. Como todos los kenianos.
Habla en susurros y apenas se le entiende. Hay que prestar mucha atención. Pero cuando mira, sus ojos intensos se clavan transparentes dejando al trasluz toda la realidad del continente negro. Horizontes inacabables. Un país sin fin. Africa.
Nos desplazamos hasta Kaptagat, a unos 50 kilómetros de Eldoret. Estamos a unos dos mil metros de altitud sobre el nivel del mar. Mutai llega el punto de entrenamiento a las 6 de la mañana. Hace un frío que pela. Empieza a amanecer. Poco a poco, se van uniendo atletas que llegan en furgonetas cochambrosas. Viajan hacinados. Otros lo hacen a pie. El grupo crece sin cesar.
Realizan unos estiramientos suaves y se lanzan a correr. Sin más preámbulos. Son casi un centenar. Todos siguen el ritmo de Mutai, que ejerce de líder indiscutible. La distancia pondrá a cada uno en su sitio. Dos chicas tratan de aguantar el compás. Los niños, muy madrugadores y con uniformes mugrientos y con agujeros, van al cole. Llevan varios libros bajo el brazo. Se ponen a correr cuando el grupo pasa a su lado. Y se ríen. Cada mañana se repite la misma rutina.
En Kenia todo el mundo corre. Forma parte de sus vidas. Mutai enfila su jornada `desayunándose¿ 40 kilómetros. ¡40! Como el que no quiere la cosa. El camino es polvoriento y está plagado de trampas. Un `farmer¿ (granjero) se cruza con el pelotón. Dirige un grupo de tres vacas con una vara. Me fijo bien en su cara. Apenas debe tener diez años. Cierra sus ojos y sueña que algún día, él también será atleta. Tres horas más tarde, al término de la sesión preparatoria, cada cual enfila el regreso a casa. Mutai y su selecto grupo (apenas cuatro o cinco corredores) se dirigen al campo de entrenamiento de Richard Limo, que alquila las habitaciones ocasionalmente. Cada cual lava su propia ropa. Utilizan una palangana y jabón de frotar. Tienden las prendas al sol. Mutai me explica que tiene “cinco hermanos y dos hermanas y una mujer y dos hijos a los que veo de tanto en tanto.
Cuando puedo. Al menos, una vez a la semana”, dice sin mucho ánimo. Le cuesta hablar con nosotros. No está acostumbrado al trato con los periodistas. Recuerda que se animó a correr “viendo los Juegos Olímpicos de Barcelona por televisión, los primeros que pude seguir”. Se emocionó. “Crecí con las imágenes de Paul Tergat, Wilson Kipketer... grabadas en mi cabeza”.
Sale a colación el tema del dinero. “Tengo alguna propiedad en Eldoret. Lo importante no es el dinero sino lograr los objetivos. Lo uno lleva a lo otro. Si gano, me llevo mucho dinero. Me siento afortunado”. Aún no tiene la plaza asegurada para los próximos Juegos Olímpicos. Ni él ni ningún otro atleta keniano. “En abril, después de la maratón de Londres, se decidirá el equipo”, explica.
“Creo que puedo batir el récord del mundo y acabar en 2h.03 aunque mi principal objetivo será defender el título”. Su inspiración arranca de Wanjiru, aquel atleta que se suicidó tras un lío de faldas. Su primo le prepara la comida en un hornillo a ras de suelo. Así de fácil. Arroz, pollo y para cenar, ugali (en swahili), que se elabora a base de harina de maíz y es una especie de gacha (o masa) de gran contenido en almidón.
A las 7 de la tarde, a dormir. Le pregunto por sus aficiones y me mira con extrañeza. “¿Aficiones...? Correr y la familia. Sueña con los Juegos “y con ayudar a los jovenes de mi comunidad”. De los atletas europeos añade: “que se vengan a entrenar aquí, con nosotros. No hay secretos, sólo se trata de correr”. Quiere ganar en Londres y, tres meses después, en los Juegos.
¿Una locura...? "Para nada. Es cuestión de quilometraje". Le pregunto si es feliz con la vida de renuncia y sacrificio que lleva y no me responde. Solo sonríe levemente. Esto es Africa.
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