" Hasta que cumplí doce años no tuve zapatos", Haile Gebrselassie

A pocos días de afrontar su clasificación a Juegos olimpicos, Haile Gebrselassie


Son las cinco de la mañana y como cada día, desde hace más de dos décadas, una pequeña figura se despereza en las calles de Addis Ababa, capital de Etiopía. Frente a él, tan solo tierra y asfalto. Cuando acabe, habrá recorrido 35 kilómetros.

No pide palmeros. Tampoco los necesita. A Haile Gebrselassie lo excelso de los números le basta en su entrenamiento diario: doble campeón olímpico en los 10.000 metros (Atlanta '96 y Sydney '00), tetracampeón mundial en la misma distancia y explusmarquista mundial de maratón. Sin egos. Sin la chulería propia de las estrellas. Simple deporte en estado puro.

«Nunca pongo alarma. Mi reloj biológico es suficiente. La tradición resulta determinante en nuestro éxito. Por ejemplo, pese a contar con mis genes, mis cuatro hijos ya no disponen de talento natural en la larga distancia. Ahora cualquier persona coge un coche, yo con solo dos años iba corriendo a la escuela. Y hasta que cumplí doce años no tuve zapatos», lamenta el atleta, quien recibe a ABC en su oficina de Addis Ababa.

La anécdota no es casual. Sobre todo en una vida donde mitos y realidades confluyen a partes iguales. Es el 31 de julio de 1980 y su compatriota Miruts Yifter acaba de obtener la medalla de oro en los 5.000 metros, su segundo metal en estos Juegos. Sin embargo, el progenitor de Gebrselassie, quien ya ha educado a sus nueve hermanos en el noble arte del pastoreo de cabras, considera el atletismo «una perdida de tiempo», por lo que ha vetado cualquier seguimiento a este deporte. Así que escondido, descalzo, y con los oídos puestos en las loas radiofónicas a su compatriota, el joven etíope decide, que a partir de ese momento, la disidencia deportiva hacia su progenitor será su nueva forma de vida.

Realidad o ficción, no intenten —de ningún modo— poner edad al chaval de la historia. Porque en esta mezcla de géneros, sus primaveras tampoco escapan a la rumorología: pese a que algunos biógrafos le atribuyen 43 años, el pequeño africano asegura contar tan solo con 39 (su edad es un verdadero secreto de Estado en la región). Un Peter Pan (versión etíope) que, eso sí, no olvida a sus referentes políticos.

«Mi mayor ídolo es Nelson Mandela. Él nos enseño la dureza, la necesidad de ser pacientes y saber esperar», destaca. Quizá comparar dos décadas de asfixia carcelaria con 35 kilómetros de carrera diaria sea sumamente arriesgado, pero el horizonte es el mismo: gloria y resistencia, ya sea política o deportiva. Y en este carrera contra el tiempo, tan solo una meta (al menos para Gebrselassie): los Juegos Olímpicos. «Primero me tengo que clasificar (el próximo 26 de febrero, el etíope buscará en el maratón de Tokio la mínima para la cita londinense). Luego allí, no será una carrera fácil», señala el atleta.

Sumamente triste es que la tecnología no permita transcribir sonrisas. Porque a cada nueva mención de la Juegos, a Gebrselassie se le ilumina la cara. No lo puede evitar. Su caso, no obstante, no es único; en una cita, la olímpica, convertida históricamente en tabla de salvación para los hijos de la miseria africana. «El atletismo tan solo ha sido un barco con el que escapar del hambre. Mi ambición era tener una vida mejor. Solo eso», recuerda con bastante asiduidad el actual plusmarquista mundial, Patrick Makau.

Un obrero del deporte, como Gebrselassie, de brote humilde. Mientras que el etíope es originario de Asella —en pleno región de Oromo— la figura de Makau surge de la keniana Eastern Province, una plaza desde la que han florecido otros héroes (anónimos) de un Olimpo con demasiados dioses: el campeón de la maratón de Chicago en 2007, Patrick Ivuti, o el vencedor en Rotterdam 2005, Jimmy Muindi.

No obstante, poco o nada ha cambiado en la vida de estos kenianos. En la actualidad, todos ellos forman parte del selecto equipo de «Kibiko» —ligado a la Policía keniana—, y del que, en tan solo tres años de vida, ya han salido glorias nacionales como el actual campeón del mundo de maratón, Abel Kirui. ¿Su sueldo? Apenas 300 dólares al mes. ¿Su esperanza? La misma que Gebrselassie: el oro Olímpico. «En este momento, Makau y Kirui son mis dos principales rivales, sobre todo dada la experiencia de éste último en la alta competición», destaca el etíope.

Peones enfrentados en lucha continua por el metal. Muchas veces, con el estomago semi-vacío. «Antes de salir a correr, tan solo tomo algo de té y pan. Cuando hablamos de nutrición, los etíopes no tenemos demasiados problemas», bromea.

No se olvida, sin embargo, Gebrselassie de alimentar también el intelecto. «Pese estar ahora centrado en mi carrera deportiva, también leo muchos libros sobre política», asevera. En el disparadero, su posible entrada en la carrera por la Presidencia tras la retirada olímpica. Él tan solo da la callada por respuesta: «De momento, lo único que me pasa por la cabeza mientras corro es la gestión de mis negocios (el atleta dispone de varios hoteles, escuelas y locales de venta de automóviles). Después ya veremos».

La mesura de sus palabras es proporcional a su humildad. «Soy incapaz de estar un día sin entrenar. Es una adicción», destaca. El atleta se despide. Su menudo cuerpo necesita una nueva dosis del «chute» diario. En el gimnasio, en su cantera, nadie pide autógrafos. Es tan solo uno más. Un obrero del deporte, en lucha diaria por lograr el metal.

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