Hicham El Guerruj está en el estudio de una televisión que finalmente se ha lanzado a transmitir el Mundial en Doha. Ha llegado para comentar la final de los 1.500m, la prueba de la que posee el récord del mundo (3m 26s), de la que ha sido tres veces campeón mundial, y lo contempla con la boca abierta de asombro, desbordado por la carrera del keniano Timothy Cheruiyot, que aventaja a sus rivales, reducidos a la condición de desesperados perseguidores, y son de los más venerados de la distancia, Lewandowski, Jakob Ingebrigtsen, Makhlufi... El Guerruj contiene la respiración y solo respira, y su boca se hace tremenda sonrisa en los últimos metros de la última recta, cuando comprueba que el keniano loco no batirá su récord del campeonato, los 3m 27,65s que fijó una noche de tremendo calor en Sevilla, hace 20 años. Termina Cheruiyot en 3m 29,26s, con más de dos segundos de ventaja sobre el segundo, el argelino Makhlufi.
A diferencia del marroquí El Guerruj, que contó con su compatriota Adil Kauch como liebre hasta los 800m (1m 52,15s, 41 centésimas más lento que el keniano), Cheruiyot ha corrido en cabeza de principio a fin, ha sido liebre de sí mismo y de sus rivales, como el sábado lo fue Sifan Hassan.
Dice Jorge González Amo, el amante de los 1.500m responsable técnico del medio fondo español, que esta distancia es la que mejor representa lo que es el atletismo, es la distancia reina, porque exige de sus especialistas capacidad de análisis y valor para tomar varias decisiones durante tres minutos y medio. Hassan y Cheruiyot han hecho de ella otro 800, 400, 200, 100… El que más corre, gana, aunque no piense. Aunque su pensamiento único sea ese: correr más que nadie y que los que piensan, como Lewandowski, tercero, se queden lejos.
Es la marca de los Mundiales de Doha, que en el ambiente insólito de un estadio con aire acondicionado y sin viento han dado a la luz a una suerte de atletismo alucinado, que complace a los que únicamente ven en el atletismo una serie de marcas y distancias, indiferentes a la pena que supone una cierta pérdida del alma de la competición.
Siempre ha habido competiciones de atletismo alucinado por razones naturales. Los más de 2.000m de altura del estadio olímpico de México 68 dieron lugar a una sucesión de récords mundiales y mejores marcas de todo tipo en las pruebas de velocidad y saltos, y su fascinación y su influencia aún perduran, y su contribución a multiplicar la afición al atletismo en todo el mundo.
En Doha, donde todo, desde el zoco hasta los grandes edificios son artificiales, las grandes marcas que tienen a los espectadores en un continuo sobresalto nacen del estado de gracia que alcanzan atletas de gran talento gracias a un estadio convertido en estudio televisivo casi gracias a la tecnología y el dispendio, gracias a que la tecnología de las zapatillas mágicas del maratón, su muelle de carbono, ya se aplica a los clavos, y a la mano de Alberto Salazar, el director del Nike Oregon Project (NOP) suspendido cuatro años por dopaje, quien, si su NOP compitiera con bandera propia, ocuparía el quinto puesto en el medallero final, con tres medallas de oro, una de plata y una de bronce, solo superado por Estados Unidos, Kenia, Jamaica y China.
Dos oros pertenecen a la holandesa Sifan Hassan, la atleta que, consiguiendo un doblete extravagante, ha destrozado todos los conocimientos previos sobre cómo correr primero los 10.000m y luego los 1.500m, distancia en la que hizo escuela con Cheruiyot, y terminó fresca como una lechuga; la tercera la logró el norteamericano Donavan Brazier, que batió el récord de los campeonatos, 1m 42,34s, al ganar los 800m. La de plata fue del etíope Yamilf Kejelcha, cuyo sprint en los 200m últimos de los 10.000m con el ugandés Joshua Cheptegei despertó memorias del final más grande de un 10.000, la lucha entre Gebrselassie y Tergat en Sidney 2000. Ganó el ugandés, pero Kejelcha, la versión masculina y más joven, 22 años, de Hassan, logró su mejor marca (26m 49,34s). El bronce significó que la alemana Klosterhalfen, 14m 28,43s, se convertía en la primera atleta nacida en Europa que se colaba en un podio de 5.000m entre las africanas por primera vez desde la plata de Marta Domínguez en París 2003.
La personalidad de los atletas, tan rica, se sobrepuso en ocasiones a los condicionantes, y brilló viva en los 7,30m en longitud de la alemana Mihambo, nacida en Zanzibar, hija del Índico, que tras ganar se colgará una mochila en la espalda y se lanzará a meditar en la India; los 15,39s de Rojas; los 400m del tobillo prodigioso y el tigre en el alma de Salwa Naser; los 100m de Shelly-Ann Fraser; los 200m de Noah Lyle, niño Superguerrero del Instinto Ultra; el sprint de Kipruto en los obstáculos; el récord mundial (el único en Doha) de la norteamericana Dalilah Muhammad en 400 vallas; el Chiganda con que la ugandesa Nakaayi celebró su victoria en los 800m que no pudo correr su querida Caster Semenya, vetada.
La sudaficana también tiene prohibidos los 1.500m por su supuesta superioridad hormonal, pero ni haciendo su mejor marca se habría acercado a Hassan, jaleada por el mismo establishment que la repudia a ella.
Fuente: https://elpais.com/deportes/2019/10/06/actualidad/1570375330_549397.html