El episodio más controvertido que ha vivido el atletismo en la Olimpiada, el periodo entre Juegos, ha sido, sin duda, el hiperandrogenismo. El podio de 800 metros femenino, completado por la sudafricana Caster Semenya, la burundesa Francine Niyonsaba y la keniana Margaret Wambui, tres atletas con una producción de testosterona exagerada, alimentó el interés de los críticos por pelear el cambio de la norma.
El asunto, que se remonta a los Mundiales de Berlín de 2009 cuando con 18 Semenya arrasó en la dos vueltas a la pista, aún sigue en los tribunales de apelación ya no deportivos. El Tribunal Federal Suizo, la última de las instancias deportivas, dictaminó el 31 de julio pasado que no procedía la suspensión temporal que había solicitado Semenya de la decisión del Tribunal de Arbitraje que en mayo había conminado a las atletas hiperandróginas a reducir sus niveles de testosterona si querían correr pruebas entre 400 y 1.500.
La batalla continúa ahora apelando a los derechos humanos y de las mujeres."¿Mi vida ahora? Mi vida es maravillosa. ¿Qué te voy a decir? Me gustaría estar en una posición distinta, pero tienes que aprender de la vida. Si no te mata. Somos humanos. Así que lo único que puedo decir es que soy feliz y que todo bien", dice la atleta sudafricana en el Forum Nike 2020 en Nueva York, la ciudad que no juzga.
El chándal, holgado, aún agranda más su figura, sujeta al escrutinio del planeta, que no se para a pensar si hay que poner coto a otro tipo de ventajas de la genética como los pies enormes de los nadadores o la envergadura de los chicos que a dos manzanas del Vessel neoyorquino, donde es el encuentro, en el Madison Square Garden, distraen a la metrópoli cada noche."Estoy preparada para el rock and roll", dice riéndose. "Para todo. Está todo planificado con mi equipo", cuenta a MARCA con misterio.
Aún no revela qué distancia prepara, seguramente 5.000, que es la más corta en la que se puede admitir, ni tampoco cuál es su programa de carreras para conseguir la mínima. "Pero estoy preparando los Juegos. Y mejor que nunca porque cada año soy mejor atleta y con más experiencia", advierte. "El fútbol -se entrena con un equipo en Sudáfrica- es un hobby. Aún soy atleta profesional. Juego al fútbol porque me lo paso bien. Pero soy joven (29 años) y aún me quedan 10 todavía en las pistas".
La atleta emite una seguridad innegable. Quizás obedezca a los jirones de la piel. Siempre cuestionada por sexualidad, siempre señalada. Está casada desde hace tres años con otra atleta Violet Raseboya, algo mayor que ella, amigas desde hace muchos años y con la que vivió episodios bochornosos como la vez que Violet tuvo que ir a pasar un control antidopaje a la que le acompañó Semenya, que aún era juvenil. "¿Qué hace aquí este joven?", preguntó el oficial.
Tampoco ha encontrado el apoyo de la mayoría de las atletas. Muchas de sus rivales se consideran atropelladas. Ninguna de las grandes figuras del atletismo ha hecho una defensa desaforada de lo que está ocurriendo. "Ser atleta no tiene nada que ver con la gente, va de ti. De cómo te ves a ti y cómo ves tu vida.
Soy una atleta madura, con un buen respaldo de mis patrocinadores y no me centro en pensar si mis rivales me apoyan o no. Mi objetivo es inspirar a la gente, cambiar el juego. En la vida te vas a encontrar gente a la que le gustas y gente a la que no. Fijarte en ellos no puede ser el objetivo. En la vida hay que hacer las cosas de forma correcta y de la mejor forma que sabes. A mí lo que me interesa es mi familia de Nike y de Sudáfrica, que son lo más importante de mi vida y que jamás voy a molestarme con ellos", entona con firmeza.
En la vida te vas a encontrar gente a la que le gustas y gente a la que no; fijarte en ellos no puede ser el objetivo"
Se declara admiradora de María Mutola, la mozambiqueña 10 veces campeona del mundo y oro olímpico en Sidney 2000. "Es mi entrenadora y mi ídolo. Somos muy amigas, mi familia. Será increíble si puedo seguir sus huellas y llegar donde llegó ella" y no se ve un símbolo de la batalla contra las injusticias, un caso moderno de Jackie Robinson, el jugador que acabó con la segregación racial en el béisbol ni nada parecido. "Si la vida es injusta, no siempre la puedes cambiar. Hay que aceptarla.
Adaptarte. Como deportista que soy, he aprendido que tienes que superar muchos obstáculos, caminar entre muros y lo que hago es centrarme en el futuro y no mirar al pasado. En aquello que ocurra que no está bajo mi control, no puedo hacer nada, pero en lo que puedo controlar, solo pienso en mirar para adelante", remata.
Fuente: Marca.com